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HÉROES DE MALVINAS

La eternidad de la tristeza, vacío 
desasosiego 

Dalal y Said, padres de Marcelo Daniel Massad, conscripto del Ejército cuyo cuerpo fue identificado en Darwin. El rosario que le había dado su madre confirmó su muerte.

Dalal Massad, sobre la experiencia de visitar el cementerio de Darwin, donde su hijo Daniel está sepultado, ahora con nombre y apellido.

En el mismo momento en que Dalal de Massad rezaba en la Catedral de Buenos Aires, mientras esperaba la llegada del papa Juan Pablo II, su hijo Daniel cayó en la Batalla de Monte Longdon, librada en las islas Malvinas el 11 de junio de 1982.

Aunque se había dado una orden de repliegue, Daniel continuó la marcha para comunicarle esa instrucción a la avanzada, mientras sus compañeros retrocedieron. Entonces una ráfaga de ametralladora le dio en el pecho y se desplomó. En una mano Daniel apretaba un rosario que antes de irse a las islas le había entregado su madre.

Terminada la guerra, un excombatiente y compañero de Daniel en Monte Longdon visitó a la familia Massad y le dio detalles de su caída. Además le entregó a Dalal el rosario de su hijo, que para ella sirvió de confirmación del aciago relato. Sin embargo debieron pasar 35 años para que el cuerpo desaparecido de Daniel fuera identificado.


Daniel había nacido en Banfield, donde vivía con sus padres, Said y Dalal, y dos hermanas menores. Por su buena naturaleza, en 7° fue elegido mejor compañero de su división. Apasionado por el deporte, jugaba al básquet y era arquero en las divisiones inferiores del club Banfield.

Al terminar el colegio secundario debió cumplir con el servicio militar y se incorporó al Regimiento 7 de Infantería Mecanizada Coronel Conde, de La Plata. Y aunque aprobó el ingreso a la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA para ser contador público, sus proyectos académicos debieron suspenderse cuando fue convocado para viajar a las islas.

Las fotos de familia: Marcelo Daniel a los dos años, tocando el bombo, con sus amigos de colegio, en unas vacaciones, en la fiesta de 15 de su hermana y del brazo de una compañera en la fiesta de graduación del bachiller

Las cartas que Daniel le mandaba a su familia demostraban su buen ánimo: "Decía que lucharía hasta morir", recordó Dalal. Pero un día las cartas dejaron de llegar. Luego se firmó la rendición y las tropas volvieron al continente.

Entonces comenzó para la familia Massad una búsqueda frenética y desesperada.

La primera información oficial que recibieron decía que Daniel estaba bien. El 20 de junio los Massad fueron a Campo de Mayo, donde lo buscaron sin éxito desde las 11 de la mañana hasta las 20. "Viene mañana", les comunicaron.

Pero Daniel seguía sin aparecer. Después de diez días sin noticias, Said fue al Regimiento 7 de Infantería Mecanizada, en La Plata, donde recibió la noticia de la caída de su hijo. Más tarde, el rosario confirmó la información.

Terminada la guerra, el cantautor Alberto Cortez, conmovido por la historia de Daniel, le compuso una canción: "A Daniel, un chico de la guerra", que describe el destino de Massad y retrata la angustiosa espera de su madre. "Agotaba hasta el alba/ las escasas noticias/ de las islas lejanas/ Un indicio cualquiera... Daniel/ un rumor que saltara/ por pequeño que fuera... era ya la esperanza".

Dalal dijo que la localización del cuerpo de su hijo le trajo "tranquilidad y paz espiritual". Y agregó: "Esa sangre derramada en nuestras queridas islas Malvinas es el único emblema de soberanía".

La batalla en Longdon y el rosario con sangre

Es la noche del 11 de junio de 1982, el cielo está iluminado por las bengalas, y el 3er Batallón del Regimiento de Paracaidistas (3 PARA), bajo las órdenes del teniente coronel Hew Pike, avanza sobre Monte Longdon.

Marcelo Daniel Massad, junto a sus compañeros de la Compañía B del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 Coronel Conde, está entre las rocas. Acaricia los dos rosarios que lleva en su cuello: el oscuro que le entregó el Ejército, y el ámbar que su madre le dio cuando lo vio partir hacia el Sur. Reza. Y prepara su FAL para el combate.

“Marcelo”, como lo llamaba su padre, o “Dani”, como lo llamaba su madre, integraba la Compañía B del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 Coronel Conde de La Plata

En la ladera del monte ha comenzado una de las batallas más sangrientas y claves de la guerra. Para los británicos tomar la posesión del Longdon significa abrir el camino hacia Puerto Argentino. Los disparos de FAL, las granadas, las ráfagas de ametralladoras MAG y los 6 cañones de la Artillería Real británica convierten a esos desolados parajes en un infierno en la tierra.

Los argentinos pelean hasta que ya no tienen fuerzas. Hay combates cuerpo a cuerpo, con bayonetas. Hay gritos, hay muerte, hay coraje.

Una nueva bengala le pone la luz a la oscuridad de una noche helada. Los ingleses vienen subiendo por la ladera.

"¡Vamos, vamos!", grita el sargento del RI7 y ordena el repliegue.

Massad duda. "¿Qué te pasa?", le pregunta su compañero Jorge Suárez, su amigo de la infancia en Banfield y a quien el destino lo ha puesto en la misma trinchera.

"¿Ves esos que están ahí abajo? -se asoma y señala a un pequeño grupo de soldados-. Esos no oyeron la orden. Bajo a avisarles", dice Daniel y corre en un acto reflejo.

"¡Vamos muchachos, hay que replegarse!", eleva su voz sobre los estruendos de los proyectiles que pegan demasiado cerca.

Monte Longdon, islas Malvinas. En la noche del 11 de junio se produjo una de las batallas más cruentas de la guerra
Daniel Massad con sus compañeros del Regimiento 7

Los soldados corren, trepan entre las rocas, abandonan su posición. Daniel deja pasar al último y comienza a subir el monte. Pero no puede avanzar más que unos metros: una ráfaga de ametralladora cruza su pecho.

"Yo lo vi caer, y después de la batalla lo enterré con mis propias manos. Le quite el crucifijo que llevaba para entregárselo a sus padres. Ese rosario estaba impregnado con su sangre", revela Suárez entre lágrimas cuando regresa al continente.

El sargento que comandaba al grupo toma del bolsillo del soldado caído un papel. Piensa que es una carta, pero es una poesía. Nadie nunca supo si la escribió Daniel ni tampoco por qué la guardaba como un tesoro en su uniforme.

El conmovedor texto dice así:

Escucha, Dios / Yo nunca hablé contigo,/ Hoy quiero saludarte: ¿Cómo estás?.

¿Tú sabes? Me decían que no existes,/ y yo, tonto, creí que era verdad..

Anoche ví tu cielo. Me encontraba /oculto en un hoyo de granada….

¡Quién iría a creer que para verte/ bastara con tenderse uno de espaldas!

No sé si aún querrás darme la mano; /al menos, creo que me entiendes.

Es raro que no te haya encontrado antes, /sino en un infierno como éste.

Pues bien… Yo todo lo he dicho./ Aunque la ofensiva nos espera para muy pronto, Dios no tengo miedo/ desde que descubrí que estabas cerca

La señal! Bien Dios, ya debo irme /Olvidaba decirte… que te quiero
El choque será horrible… en esta noche. /¡Quién sabe! tal vez llame a tu cielo
Comprendo que no he sido amigo tuyo /Pero ¿me esperarás si hasta Tí llego?
¡Cómo! ¡Mira Dios: estoy llorando! /Tarde te descubrí ¡Cuanto lo siento!
Dispensa, debo irme ¡Buena Suerte!

(Qué raro: sin temor voy a la muerte...)

La foto, ya amarillenta, del viaje de egresados de Daniel a Bariloche

El pequeño aparato de tevé que sus padres le compraron cuando viajaron al Chuy. En él, Dalal vio el programa “24 horas por Malvinas, conducido por Pinky y Cacho Fontana en 1982, donde se juntó dinero, víveres y abrigo para los soldados que peleaban en las islas

Los posters de Dani: el del Mundial 74 y el que sus padres le trajeron de Miami “porque era una excelente arquero en la cuarta de Banfield”. También un nuevo plantel del club de sus amores y recuerdos de Malvinas

Los posters de Dani: el del Mundial 74 y el que sus padres le trajeron de Miami “porque era una excelente arquero en la cuarta de Banfield”. También un nuevo plantel del club de sus amores y recuerdos de Malvinas

El pulóver rojo de su hijo: Dalal así lo soñó, con su prenda preferida, lindo y sonriente. Said hoy lo usa “para sentirlo cerca, él está acá”

La puerta de la habitación permanece siempre abierta. Para los Massad es un casi un santuario, un lugar donde orar y sentirse más cerca de su amado hijo

Said acarició las piedras: “Ahora sé que él está en este lugar y siento que puedo tocarlo”. Dalal rezó y besó la cruz: “Hijo, te extrañamos tanto”